sábado, 14 de mayo de 2011

Facundo


¿Por dónde empezar? Nada más acertado que por el comienzo, no?

La historia es así ...
Conocí a Facundo en octubre de 2009, trabaja en una de las empresas para las que trabajo. Al principio no me convencía, pero no la pasaba mal. Me llevaba a comer afuera, íbamos al cine y teníamos un fluido diálogo.  La realidad es que yo aún estaba medio dolida por una relación que se había terminado unos meses antes y pensaba a Facundo como una  buena compañía. Hasta que llegó el día de la declaración, lo que todas saben: que le gustaba y que quería besarme. Me dejé llevar, era lindo y no tenía nada para perder.
Ese día Facundo se convirtió en mi príncipe azul, pero no es una metáfora, realmente era el hombre soñado.
Me llamaba todos los días, nos veíamos cada noche al terminar la jornada laboral, me traía flores, me sorprendía con hermosos regalos, me mandaba mensajes de texto diciéndome cuánto me extrañaba, quería presentarme a todos sus amigos y no paraba de decirme cuánto me amaba.
Como era de esperarse, caí rendida a sus pies y juntos empezamos a soñar una vida en común y una familia.
Podrán decirme que me apuré y en algún punto tienen razón, pero estaba enamorada, tenía 33 años y creía haber encontrado al hombre de mis sueños.
A los cinco meses de conocernos ya estábamos viviendo juntos.
El primer año fue maravilloso, teníamos el mundo a nuestros pies, estábamos felices de tenernos el uno al otro, nada ni nadie podía interponerse a ese amor. Sin embargo, Facundo empezó a cambiar, se empezó a desteñir.
Primero fue el desgano, no tenía ganas de hacer nada juntos, sólo quería leer.
Después, se le fue el deseo. No me tocaba ni con un palo y cuándo yo intentaba acercarme y seducirlo un poco me expulsaba: "Estoy cansado", "No tengo ganas", "No me gusta que me busquen", "quiero leer".
Me daba vuelta y lloraba en silencio.
Siguió con actividades fuera de casa: yoga, fútbol, taller de esto y taller de lo otro. Yo no me opuse, siempre creí que las parejas debían tener sus espacios y eran cosas que a él le gustaban, pero ya no había un nosotros.
A esta altura, para no pecar de ingenua, les confieso que sí, obviamente pensé que estaba con otra, pero claro cuando estallaba él me lo negaba. La realidad es que nunca lo voy  a saber con certeza, pero la duda estaba.
Cuando yo le preguntaba qué le pasaba, que por qué estaba distante, que ya no hacíamos nada juntos o que ya casi no teníamos vida sexual, me contestaba: "Nada, no me pasa nada" o " No me pasa nada, pero no funciono bajo presión: si tengo que pensar en hacer algo para hacerte bien y no sale de mi es peor" o "lográs que todo lo que hago lo hago con culpa"
Odiaba esas respuestas porque me hacía causa de sus actos. Sin embargo, yo muy tonta me lo tomaba al pie de la letra y dejaba de preguntarle qué le pasaba. Empecé a hacer cursos para tener yo también otras actividades fuera de la casa, dejé de buscarlo sexualmente y empecé a sufrir en silencio.
La realidad es que yo podía hacer la vertical en medio del living que las cosas no iban a cambiar.
La cuestión es que la cosa llegó a su  fin: me fui de la casa y al mes hice la mudanza definitiva de mis cosas.
En el próximo post les cuento cómo fué ese final y en los siguientes les contaré qué conclusiones pude ir sacando y las etapas de separación que transité.

No hay comentarios:

Publicar un comentario