domingo, 15 de mayo de 2011

Capítulo 1: Dr G por Victoria

Amigas, ya nos llegó la primera historia. Es fuerte y si bien no sabemos cómo terminó, confieso que me llenó de esperanzas. Ir al médico también puede ser un camino a la felicidad. Después les cuento si tengo suerte, el miércoles tengo turno con el odontólogo ! Besos y que la disfruten. 

El noviazgo con Nano parecía una broma, este chico 3 años menor que yo, claramente no me amaba. No son conjeturas, no estoy atando cabos, claramente Nano me informó que ya no me amaba, en un momento muy difícil para mí, no usaré la palabra inoportuno, ya que no creo que haya momento propicio para ningún ser humano, para oir que ya no se es amado.
La relación tambaleaba entre sus grandes ausencias y mis reproches. Desde hacía muchos años tenía claros síntomas de no poder respirar, me costaba que el aire llegue desde mi nariz a los pulmones, tenía las amígdalas del tamaño de un Bon o Bon y las anginas me visitaban una vez por mes. Era una etapa de mi vida en la que había decidido comenzar a cuidarme, ya que sin darme cuenta dejé de hacerlo en muchos aspectos . Me senté frente a la computadora de mi trabajo, en una de esas tardes donde no había mucho por hacer, e ingresé en la pagina web de mi prepaga.  Busqué un otorrinolaringologo que tenga su consultorio cerca de mi casa. Por esas cosas que tenemos las personas que no vivimos en Capital Federal ni tenemos auto, busqué mi primera opción con la comodidad de la cercanía. Llamé por teléfono y pedí turno para ese mismo día. Fui a mi consulta, abrí grande la boca como el doctor que no recuerdo como se llama me indicó, y sin mediar pregunta alguna me dijo “te voy a operar , esas amígdalas con enormes y no sirven para nada”…me dio miedo, tuve muchas dudas pero no me animé a preguntar en que consistía la cirugía, salí de su consultorio con la sensación de que ese octogenario que no me preguntó cómo me llamaba ni cuáles eran mis síntomas, había decidido tomar un bisturí y extraer una parte de mi cuerpo que no servía para nada y que sólo me traía problemas. Nunca más volví a su consultorio, no me inspiró ningún sentimiento más que incertidumbre, y eso de estar anestesiada y a merced de un médico en el cual no confiaba, me llevaba directamente al momento en el que me hice un aborto, con un médico que aseguraba tener titulo de tal, pero que demostraba sin vergüenza alguna que no sólo se dedicaba a detener embarazos, sino que disfrutaba hacerlo, lo hacia con la rapidez y la importancia que uno le da a un tramite de rutina, y todo eso lo condimentaba con frases de viejo pervertido que confirmaban que a ese hombre no le importaba mi vida en lo mas mínimo.
No tenia intenciones de morirme en esa etapa de mi vida, con lo cual, la confianza en el médico era parte fundamental a la hora de entregarme a otra anestesia total. Juré no volver a exponerme a situaciones en las que me encuentre rezando por mi vida, estaba completamente segura de que el resto de los sucesos que acontecieran en mi vida iban a ser difíciles pero naturales, yo ya no estaba dispuesta a rezar para no morirme en una camilla.
Decidí volver a buscar en la pagina web de mi cartilla médica, otro lugar, otro doctor, y encontré un centro especializado en otorrinolaringología.  Así fue que llamé por teléfono, pedí un turno y me dieron una fecha de consulta. Me pareció propicio ir a un lugar especialmente dedicado a los temas que me afectaban, así que una tarde de septiembre del 2008 me dirigí al lugar que me indicó la recepcionista telefónicamente, a la hora del turno programado.
El lugar era agradable, los consultorios se encontraban en el subsuelo, nunca me gustaron los subsuelos, pero había varias personas y el lugar no me desagradó así que aguardé mi turno, pensando en cualquier cosa, llenando el tiempo respondiendo mails de trabajo desde mi teléfono, hasta que una puerta se abrió y alguien dijo mi apellido.
Esa voz, fuerte, clara, rotunda, contundente, pero agradable, me invitó a pasar, me saludó con un beso, me pidió amablemente que me sentara frente a él y le contara qué me pasaba.  Era un hombre joven, calculé que tendría no más de 6 u 8 años más que yo, también calculé que estaba casado, que tenía hijos, que no fumaba y que amaba su profesión. Todo eso en pocos segundos, mientras me senté frente a él y le conté de mis dificultades para respirar, para dormir, de mis dolores de garganta casi permanentes, él me escuchaba atento. Creo que esa era la primera vez en mi vida en la que un hombre me preguntaba “qué me pasaba”, la pregunta por un momento me llevó a pensar en lo mal que estaba mi relación con el que era mi novio en ese momento, y en las muchas cosas que a mi me pasaban y que nadie me preguntaba. Me pidió que me recostara en su camilla para revisar mi garganta, pero lo dijo de una manera en la que mi vulnerabilidad comenzó a darle patadas a mi corazón. Este médico era diferente, me dio vergüenza abrir grande la boca y sacar la lengua, y mi mente iba a lugares inesperados con cada frase de él, no me dijo que me iba a revisar, me dijo “quiero verte”, y otra vez pensé en mi novio al que casi había que mandarle una carta documento para verlo, caí en la cuenta de las pocas veces en mi vida que un hombre me había dicho “quiero verte” . Mientras el hacia su trabajo sin hacerme ningún comentario, yo trataba de racionalizar, y pensaba entre otras cosas, “que sola estoy”, “ tengo que empezar terapia” , “ voy a hablar con Mariano para ver como podemos mejorar las cosas”, “me habré depilado bien el bozo?” no quería que este médico notara algún indicio de mala depilación, que me importaba, pensé después, él debe ver cosas peores a diario y seguramente llega a su casa cansado de su día laboral a retozar con su hermosa esposa y a jugar con sus hijos. Pensé todo eso y más, hasta que la realidad me encontró sentada nuevamente frente a él, escritorio de por medio: me indicó una serie de estudios necesarios para determinar exactamente mi problema. Cumplí con los exámenes que me había indicado, pedí un nuevo turno y allí fui, pero esta vez con la seguridad de la perfección depilatoria, traté de arreglarme para que pensara que mi rutina era estar maquillada y perfectamente peinada, pero lo cierto es que antes de salir de mi oficina, corrí al baño a tratar de maquillar mi tristeza. Me gustaba el médico? Si, me gustaba, clara y definitivamente me gustaba ese hombre que parecía tener a flor de labios cada frase que yo rogaba de otros. Esto es normal, pensé, el es un hombre joven y lindo, es un profesional, esto no es más que el síndrome del guardapolvo, que no padecí con el médico anterior, porque podría haber sido mi abuelo.
Volví a ese subsuelo que ya empezaba a gustarme, y en el cual escuchaba a un séquito de señoras hablar maravillas del médico que teníamos en común, mi turno no llegaba, pero en compensación, el doctor G, abrió la puerta de su consultorio para llamar a su siguiente paciente, me miró y me guiñó el ojo izquierdo. Lo saludé con la mano, y me sentí una estúpida, no saludaba con la mano a alguien desde mis cinco años, cuando veía pasar un avión y le gritaba “chau, chaaau” mientras agitaba mi mano, automáticamente empecé a retarme en silencio “ Victoria, qué te pasa?” “ como lo vas a saludar así” , quedaste como una idiota”, “se habrá dado cuenta que me gusta?”, “Dios, me quiero ir, me voy? No, me tengo que quedar, ya que me hice los estudios, además ya me vio, me guiñó el ojo izquierdo y ya lo saludé agitando la mano.Que tarada, que mujer de 28 años saluda agitando la mano?”, “no hay muchas personas que tengan la capacidad de guiñar el ojo izquierdo así como el derecho, yo no puedo, yo sólo guiño el ojo derecho de manera canchera, a ver…” y empecé a practicar mis guiños bioculares, cuando su voz nombrando mi apellido me despertó del delirio adolescente. Entré a su consultorio con el claro objetivo de ver su mano izquierda, debía comprobar si este hombre estaba casado, para qué, por qué, de curiosa, por soledad, por el síndrome del guardapolvo, me justificaba mientras recorría con la vista su enorme mano carente de anillos. La misma voz con la que me reté por saludarlo con la mano cual criatura de jardín de infantes, vino a mi cerebro a decirme “es cirujano, tonta, si es que esta casado, seguramente se saca el anillo para operar”. Él analizaba mis estudios, me preguntaba cómo estaba, y yo le respondía breve y avergonzada, para no distraerme de la difícil tarea de buscar indicios de matrimonio en esa mano, y en ese consultorio. “Te voy a operar el 26 de noviembre, te parece bien?”, ¿me vas a operar vos?, “ si, pero si no querés te puede operar otro médico”…que respuesta de mierda, pensé. Pero automáticamente le respondí “no, está bien, al contrario, me da confianza que me operes vos”, me hizo una serie de preguntas de rutina y  me reviso minuciosamente la postura del tabique. Ahí estaba yo, a 3 centímetros de la cara de este hombre que había llegado a plantar una bandera en mi cerebro con la leyenda “me encanta”, nerviosa, avergonzada, sin mirarlo, haciendo un gran esfuerzo para no mirarlo, respondiendo a sus preguntas con el poco aire que tenía ya que por alguna razón cuando se acercaba a mi yo sostenía el aire, como si al exhalar salieran a la luz mis verdaderos sentimientos. Volví a insultarme en silencio, pero esta vez no me reprendí todo el camino de vuelta, esta vez salí sonriendo, eufórica, pensando en los ojos de ese hombre, y aforrándome una vez más a una idea que seguramente el tiempo iba a desbaratar, pero quien me quitaba lo bailado? Me iba a dar el gusto de sentirme feliz, porque ese hombre me gustaba, por primera vez en los 2 años que estuve junto a Mariano miré a otro hombre, y me gustó, vino a mi mente una certeza de esas que creo que me manda algún pariente muerto que me cuida desde el cielo, porque no había nada, que indique que yo estaba en lo cierto, no había ningún indicio que defendiese mi teoría, no había una sola palabra que este hombre haya dicho que no fuese meramente profesional, solamente me atreví a mirarlo a los ojos unos segundos, me compré 100 gramos de autoestima y decreté: “ YO TAMBIEN LE GUSTO” No tenía una sola razón para afirmarlo, pero era una certeza que al menos por los próximos minutos me hizo caminar por la calle sin sentir las piernas. Vieron que cuando uno se siente triunfal no siente el peso de su propio cuerpo? Sentía que levitaba, era como que una alfombra voladora me llevaba hasta la estación de Once a tomar el tren de regreso a mi casa, no había manera de que dejase de mostrar los dientes por la calle, sonreí toda esa tarde, toda esa noche y los días que siguieron.
Al salir de su consultorio, intente volver a mi realidad y bajarme de la alfombra voladora, y llamé por teléfono a quien en ese entonces era mi novio, le conté cuando me operaban y le dio la misma importancia que yo le doy al estudio del apareamiento de cebras en Honolulú, no mucha.
Así pasaron los días, fuimos con mi mamá a la consulta previa a la cirugía, en donde se exigía que fuese acompañada de quien me iba a cuidar en el post operatorio, conversamos, no hubo nada de romance en mi cerebro porque estaba mi madre presente, entonces fue una consulta de rutina en la que se me informaron los detalles del día de la operación y se me dieron indicaciones especificas de ayuno e higiene corporal con un jabón especial que aún conservo como un tesoro. Al salir del consultorio del doctor G, mi madre dijo solo dos frases. Mi madre no sabe demasiado de romances modernos, ni de hombres ni de médicos, pero si conoce a las personas y rara vez se equivoca en las pocas veces que hace un juicio. Me dijo : “debe ser del interior del país este muchacho por lo educado y amable. Además le gustas mucho”
“LE GUSTAS MUCHO”, alguien más en el mundo se unía a mi ejército del amor imposible y formaba filas de batalla afirmando que yo le gustaba mucho a ese hombre que sin saberlo me tatuó una sonrisa ridícula durante los días que siguieron. Mi inseguridad y mi falta de confianza en temas amorosos con mi madre me obligaron a desbaratar su teoría, diciendo ”por favor mamá! Es solo un buen médico simpático, nada más”…hasta me defendí diciendo “trata igual de bien a todos, las viejitas lo aman” y mi madre sonrió y con la sabiduría que caracteriza a las madres cuando nos llevan tanta vida de ventaja, fingió derrota diciendo “ bueno, como vos digas”
Llegó el día de la operación. Esa mañana tuve que hacer esfuerzos para disimular mi euforia. Pero iba a someterme a una cirugía, quien iba a imaginar que mis incesantes idas al baño de la habitación del sanatorio se debían a algo más que nervios pre quirúrgicos. Nadie podría imaginar que yo estaba frente al espejo acomodándome una cofia común y corriente, como si fuese una linda boinita francesa, mientras me hacia múltiples enjuagues bucales con un producto de higiene dental? Yo quería que el doctor me vea linda y limpia. Ya que ese hombre iba a verme por dentro yo quería que notase mi ausencia de caries, mi aroma a menta fresca y mi cofia estilo francés, que la enfermera se encargó de enderezar en cuanto vino a buscarme para entrar a quirófano. Previo a ese momento vino un médico vestido con ambo violeta, que por el sólo hecho de llevar puesto un ambo de ese color me cayó simpático. No me equivoqué al juzgarlo ya q fue muy simpático, miró mis estudios pre quirúrgicos, y sonrisa de por medio afirmó : ¿Vos sos haces deporte verdad? Sí, le respondí, mintiéndose en la cara, a quien meses más tarde me enteré que se llamaba Manuel, que era un anestesiólogo muy bueno, y un mejor hombre aún. Tuve el placer de oírlo tocar la guitarra y cantar temas de Silvio Rodríguez con una voz tan tierna como su alma. Hubiese dado todo por presentarle una a una a todas mis amigas para que Manuel se casase con alguna de ellas. Pero el destino no se equivoca y Manuel encontró a su amor sin que yo intervenga. Hoy es padre de un hermoso bebé y aunque nunca mas volví a hablar con él, luego de la noche que compartimos en la casa del Doctor G, me encargué de averiguar que ese hombre tiene la felicidad que merece. No muchas veces me cruzo con gente que no disimula que conoce claramente el significado de la ternura, Manuel es una de esas personas, y me alegra que esté muy feliz, dondequiera que esté.
Volviendo al momento de mi entrada a quirófano, Manuel, de quien ya les hablé en detalle, me preparó junto con una enfermera muy amable, y me preguntó si me gustaba la playa, le sonreí y le dije que sí, entonces me invitó a que cierre los ojos y me vaya de paseo a la playa mas hermosa. Yo estaba casi lista para emprender mi viaje hacia el mar, pero me faltaba alguien, no había visto a MI doctor. El doctor G no había aparecido y yo ya estaba en el mar.
Lo primero que vi al despertarme fue la cara del Doctor G frente a mí, hablándome suavemente y diciéndome que la operación había salido muy bien y que me iba a alzar en brazos para pasarme a una camilla que me llevaría directo a mi habitación a descansar. Mi reciente estado de anestesia total no permitió que me quitase la vergüenza ante los hombres que me acompaña desde hace algunos años, y no permití que me levante en sus brazos, lamentando al mismo tiempo mi actitud soberbia, pero sin dar indicios de lamento alguno, tomé fuerzas y yo misma, semi drogada me pasé a la camilla.
Al llegar a la habitación no se me permitía hablar, pero alcancé a decir “quiero ver a mi mamá” y al instante apareció como el ángel que siempre fue, mi vieja, para calmar el llanto en el que rompí. La anestesia provoca esa sensación de angustia, me contó mucho tiempo después, el Doctor G, pero en ese momento, no lloraba por la anestesia, lloraba porque el cuerpo me pedía a gritos abrazar a mi mamá. No había nadie mas en el mundo capaz de completarme en ese momento, solo mi madre. Días después entendí el porque de mi angustia, el porque de mi llanto desgarrador, el porque de mi post operatorio tan doloroso, el porque de mis irrefrenables ganas de comer, aunque mi garganta no permitía que pasase por ella ningún sólido, no había ley en ese momento que me detenga ante mis ataques de hambruna, y me despertaba a la madrugada durante los días de mi recuperación en casa, a comer chicitos, se deshacían en mi boca y calmaban a mi demonio interno que sufría de dolor post operatorio, pero más sufría por no satisfacer el hambre voraz que brotaba de mi vientre, literalmente.
El día de la cirugía, vi muy poco al Doctor G, vino a ver como estaba, solo unos minutos, y me dijo que si necesitaba algo que lo llamase por teléfono. ¿A qué teléfono? pensé yo, si este hombre me hubiese dado su teléfono yo estaría saltando en una pata, semi anestesiada y todo. Pero preferí no contradecirlo, se lo veía muy apurado y opté por ser obediente, casi presagiando lo que posteriormente fue mi noviazgo con el Doctor G, que en menos de un mes, ya se había convertido en Gabo.

Los días pasaban y yo llevaba no muy bien mi recuperación, tuve que volver a visitar el lugar en donde me operaron tres veces más, de urgencia, porque la sangre no quería dejar de brotar de mi reciente nariz. En ninguna de mis visitas obligadas tuve la suerte de ver a mi doctor, me informaron que estaba en un congreso y que estaría de regreso una semana después. Me consolé sabiendo que volvería a verlo. No estaba pensando con claridad. De hecho, no estaba pensando, estaba sintiendo, y el mundo se había convertido en un lugar donde solo había espacio para la ilusión de volver a ver a ese hombre, del q claramente ya no me podía olvidar.
La realidad indicaba que yo estaba de novia, pero como todos los cabos sueltos, la vida se encarga de atarlos en algún momento, mi novio hasta ese entonces, Nano, se encargó de acompañarme lo justo y necesario en mi recuperación y días después decidió terminar con la relación.
No quería quedarme sola, sabía que ese no era el momento en el que yo tuviese ganas de estar sola, estaba confundida y había en mi mil sensaciones que no podía explicar. Traté de retener a Mariano, pero claramente me informó que ya no me amaba, entonces solo hubo lugar para empezar a soltarlo. Yo no estaba triste porque ya no iba a ver mas a Mariano, estaba simplemente triste porque no quería sentirme abandonada, nadie está preparado para eso, pero aun así, mi confusión crecía al igual que mis ganas de comer.
A mediados de Diciembre, una mañana de sábado, me dispuse a esperar a mi amiga, con quien habíamos acordado un día antes una cita con una vidente barrial. Una vieja que habitaba una casa llena de cosas, parecía que cada mueble estaba destinado a soportar el peso de todos los recuerdos plasmados en papel, pertenecientes a la vidente llamada Teresa. Como las cuentas no me cerraban, el día antes, o sea el Viernes, tuve la maravillosa idea de pasar por una farmacia y comprar un test de embarazo, con la confianza absurda que tiene toda persona que carece de memoria y de cuidados, yo estaba segura de que el resultado sería negativo, pero quería verlo impreso en una tirita reactiva.
El resultado fue, obviamente, positivo. Yo no estaba siendo cuidadosa en ningún aspecto de mi vida hasta ese entonces y si bien siempre me caractericé por ser monógama, también entre mis cualidades se encuentra la estupidez. Sentí que el mundo había girado muchas veces en un solo segundo. Mi vida había cambiado por completo. Yo no podía estar embarazada de un hombre que no me amaba, al cual yo no amaba. No cabía en mi cerebro otra idea mas que llorar desesperadamente y rogar por un milagro, un mal calculo, una falla en el test, un guiño de la vida que me demuestre que ese era solo un susto y que esa mañana no iba a cambiar el resto de mi vida.
Tomé el teléfono y antes que a mi novio, llamé a mi amiga. Le conté a gritos y llantos lo que me estaba pasando y en menos de media hora estuvo al lado mio para acompañarme. Acto seguido, llamé al padre de la criatura, por llamarlo de la única manera que se me ocurre, y le conté con la misma desesperación que a mi amiga, que estaba embarazada. El, con la calma que lo caracteriza me dijo que me tranquilizase, que íbamos a hacer lo que yo quisiese y que lo espere en mi casa que el vendría a verme para que hablemos.
Yo estaba decidida a no ser madre sino hasta que me sienta preparada, y durante muchos años sostuve y sostengo que los hijos deben ser traídos al mundo producto del amor, o al menos en un ambiente sano que amerite una nueva vida en este mundo. Sé que muchísimas personas pueden juzgarme y dar mil motivos para demostrar que es un error evitar un nacimiento. Realmente estoy convencida desde mis dieciséis años, que mi cuerpo es mio y solo yo tengo derecho sobre él.
Yo no quería ser madre en ese momento. No estaba preparada en ningún aspecto. A duras penas mantenía mi departamento y ayudaba en lo que podía a mi madre. Si bien podrán decir que los bebés vienen con un pan bajo el brazo, yo trato de pensar que era solo un embrión de menos de un mes, al que elegí no convertir en bebé, ni en humano, ni en mi hijo, ni en nada real. Fue mi decisión y no me lamento por ella. No estaba y no estoy dispuesta a traer al mundo a alguien a quien no tenga la certeza de desear. Quiero que si la vida me da una nueva oportunidad y si tengo la chance de convertirme en la madre de Guadalupe (así se va a llamar mi primera hija y si es nene y hay un padre presente, que ojalá así sea, le daré el honor de elegir el nombre masculino) mi primera reacción sea una sonrisa. Mas allá de los miedos que me invadan posteriormente, estoy convencida de que todo lo que me sorprenda sonriente, puedo llevarlo a cabo.
Esa mañana y con la noticia del embarazo, seguimos con lo pactado, y con mi amiga fuimos a visitar a esta pseudo vidente. Me sorprendió que esta mujer que hablaba de estupideces y que no me generaba ni la mas mínima confianza me advirtiera que yo iba a tener mucho que ver con un hombre relacionado con “garganta, nariz y oído”. De todas maneras mi estadía en esa sesión con la semi bruja fue etérea. Yo no estaba presente en ese momento, mi cuerpo estaba ahí, pero mi mente y mi alma estaban en otro ámbito, el cual no puedo describir con claridad, solo recuerdo que tenia la sensación de levitar, o sea de haber desprendido mis pies de la tierra. No era una manifestación mística ni mucho menos, era la desesperación que me brotaba desde los talones y me hacia desear milagros. Que se detuviese el tiempo, que aparezca un genio a concederme mi deseo mas profundo ese día, que eso no me esté pasando a mí.
No voy a ahondar en los detalles de cómo solucionamos el tema con Nano, solamente basta con decir que ese día lo esperé toda la tarde y apareció por la noche, contándome que para relajarse y evitar los terribles nervios de la situación, había decidido pasar el día en la pileta del club con sus amigos. Una voz muy clara dentro de mi me recordaba lo bien que hacia yo al no querer tener un hijo de ese chico. Nunca mas pude ver a Mariano como a un hombre, era y es un chico y yo no quería ser la madre de un chico de otro chico.
Para navidad ya habíamos solucionado el problema, no teníamos mucha plata ninguno de los dos, así que tuvimos que esperar a que yo cobrase mi aguinaldo para poder hacerme cargo del tema.
Los días siguientes ya recuperada casi por completo de mi operación de nariz, fui a mi última consulta con el Doctor G. Previamente, tuve la precaución de buscarlo en Internet y descubrí que estaba en Facebook, la red social por excelencia en el año 2008. Sin dudarlo lo agregué como amigo, me aceptó, y a los pocos días yo cambié en mis datos personales el estado civil de “comprometida” a “soltera”.
Los días que siguieron no fueron nada buenos, un llamado telefónico me despertó con la noticia de que mi madre había tenido un pre infarto en la calle y que estaba en el Hospital de Morón. Llegué a ver a mi madre con la mayor velocidad que mi desesperación me permitió, y luego de dos días de un gran susto, mi madre volvió a su casa, con los cuidados que necesita una persona cardíaca, sin saber que lo era hasta ese entonces. Lo único que me importaba en la vida era no perder a mi mamá. Mi hermano y yo, solos como siempre, estuvimos juntos como pocas veces, acompañándola en esa dura prueba que la vida nos ponía.
Los días pasaron y sentí que Dios, a pesar de mis actos, seguía de mi lado. Mamá estaba casi bien, y con muchos cuidados podría volver a su vida normal. Mi hermano y yo recuperamos el aliento, pero nunca mas pude volver a estar desatenta a los detalles del día a día de mi madre.
Volví a mi vida normal, ya sin novio, ya sin embarazo y con una cita medica con el Doctor G, la ultima, por cierto luego de la operación.
Ese día pasé por una perfumera y le compré a mi entender el perfume mas rico del mundo, aunque tiempo después descubrí en su botiquín que no lo usaba, porque no le gustaba, aunque nunca me lo confesó y me pareció de esas mentiras casi tiernas que uno comete con la gente que no quiere herir.
Llegué a su consultorio, con un nuevo aspecto. Mi nariz había cambiado por completo, y aunque estaba un poco hinchada aun, era y es hermosa, natural, con el tamaño exacto, y lo mas importante era mía, me la había regalado él y ya no tenia que ver la nariz de mi padre cada vez que me miraba al espejo. Por primera vez amé mi nariz, luego de odiarla durante años por ser semi aguileña y grande, exactamente igual a la de mi padre. Gabriel me había operado de amígdalas, adenoides y tabique torcido, y como me había prometido intentó hacer los puntos de sutura de manera tal que la forma de mi nariz cambiase para siempre. Era la primera vez que yo estaba ante un hombre que me había cumplido una promesa, claramente desde ese momento Gabriel se convertiría en uno de los hombres mas importantes de mi vida.
Cumplí con el gesto de agradecerle su gran trabajo y el cumplimiento de su promesa, y aunque no tenia como pagar con dinero el milagro que sentí que ese hombre produjo en mi cara, le entregué el perfume y me dispuse a despedirme para siempre de ese maravilloso médico, rogando con todas las fibras de mi cuerpo que no me dejase ir, que diga ALGO que cambie el curso normal de las cosas, que haga algo que impida que ese sea nuestro ultimo encuentro, ahí fue entonces cuando comprobé que hay días en los que Dios me tiene como preferida, y Gabriel dijo las palabras de rutina: vi q en tu estado civil de Facebook no apareces mas como comprometida. Eso es definitivo? Me preguntó. Respondí que si aun antes de que terminase de formular su pregunta, y entonces me dijo si me podía invitar a tomar un café algún día. Respondí que si con la mayor convicción del mundo. Por primera vez en mi vida estaban sucediendo las cosas tal y como las soñaba.
Salí de su consultorio, levitando, obviamente, ya que cuando soy muy feliz no siento el peso de mis piernas, y me transporta una fuerza superior, una alfombra mágica, no era yo solamente la que caminaba, era Victoria, haciéndole honor a su nombre por primera vez en su vida.
No pude evitar enviarle un mensaje por Facebook ese mismo día, ya sin tapujos, diciéndole que él tenia la extraña capacidad de dejarme sonriendo aun varias horas después de haberlo visto, y que no sabia el motivo, pero que me encantaría averiguarlo. Me respondió ese mismo día, contándome que a el le pasaba algo parecido, y que esperaba ansioso el momento de llegar a su casa para ver en su computadora si había algún mensaje mio. Agregó, también, que cuando vio que mi estado civil en facebook era “comprometida” se quiso matar ( el siempre fue muy exagerado, de hecho somos tan parecidos que estamos destinados a sobredimensionar todo lo que tenga que ver con nosotros)
Ese día, empezó una nueva etapa en mi vida, ese día empecé a sentir cosas que jamas había sentido, ese día tuve la primera sensación de estar en el momento y lugar indicados, ese día, me enamoré de Gabriel.
Con el correr de los días y de los posts ya se iran enterando cómo logramos planear un futuro con hijos y nietos en un momento, y hoy ya no sabemos con certeza si el otro vive, ni con quien.

GRACIAS VICTORIA, ESPERAMOS EL RESTO PARA SABER QUÉ PASÓ CON EL OTORRINO

No hay comentarios:

Publicar un comentario