sábado, 4 de junio de 2011

Capítulo 3: Todo sigue igual - Por Victoria -



Todo parece haber vuelto a la normalidad. Mi vida parece ser esa misma que era entes de conocerlo. Mi casa es más linda desde que no la uso solamente para esconderme de su ausencia. Esa extraña sensación de injusticia al ver que el mundo no se paraba al mismo tiempo que mi corazón, ya no está. Hoy disfruto que la vida siga, celebro que mis vecinos octogenarios paseen de la mano, ya no se me escapan lágrimas de envidia al verlos. Mi barrio está igual. La parejita de hippies que vende libros en la estación de Haedo sigue dándose besos cada cinco minutos, y ya no los evito. La señora que vive en la esquina de mi casa sigue saliendo en bata a despedir a su esposo con un beso cada mañana. La señora del kiosco sigue vendiéndome chocolates cada sábado, y ya no me pregunta por mi novio, me pregunta por mi perra o hablamos de lo lindo que está el día para comer algo rico. El chico que vende diarios sigue pareciéndome hermoso, la china que atiende el supermercado sigue pasando los productos por la caja y tirándomelos en la bolsa como si fuesen granadas de mano, todos los días me digo a mí misma que esta vez le voy a decir algo, y cuando termino de decirlo ya estoy camino a mi casa. A esa casa que ya no tiene recuerdos de ÉL, porque me encargué de esconder el mate que me regaló, guardé en una caja todos los souvenirs de viajes y vacaciones, ya no me pongo el perfume que a él le gusta porque el olfato es un evocador de recuerdos lacrimógeno al que no quiero provocar nunca más. Ya no uso la misma ropa con la que él me conoció, sin darme cuenta fui guardando todo en rincones de mi placard, como si al no ver la campera que me cubría cuando él me abrazaba, desapareciesen las ganas de llamarlo. Me compré bufanditas nuevas, y opté por encerrar en una bolsa todas esas que iban y venían a su casa, esas mismas que yo dejaba a propósito, tal vez para que él tenga algo mío, o para que su casa tuviese una parte de mí, o tan solo para tener un motivo para volver algún día. No tan en el fondo algo me decía que cada vez que lo visitaba, esa podría ser la última vez, entonces me encargaba de dejar huellas que solamente yo vería como tales. Ya no acudo a los deliverys de comida que solían salvarme cuando él me visitaba, recurro a otros que no me recuerden noches en las que creía que esta vez sí estaban funcionando las cosas con él. En mi heladera ya no habitan sus gustos, ni los que teníamos en común tampoco. Porque tomarme un licor de melón con energizante tiene gusto a la mujer que yo era cuando estaba él, y me va a gustar toda la vida, pero me da nostalgia y en esta etapa en la que el mundo debe seguir girando no debo tener sabores de un pasado que ya no va a volver.
En esto de asumir que todavía lo quiero, pero que ya no lo necesito hay veces que lo cotidiano me traiciona, y me encuentro escuchando canciones que él bajó por mí en la computadora, y me enternezco descubriendo que sin preguntarme nada sabía cuáles eran mis gustos, entonces acepto que con todas las cosas malas que teníamos, él me escuchaba.
Salir a la calle es un buen ejercicio, es liberador, encerrarse a convertirse en capullo no es positivo si se convierte en un escondite de la realidad. Entonces salgo, camino, trabajo, vivo, viajo y en los días donde menos pienso en él alguien con su perfume pasa por mi lado. Pero ya no creo que sea una señal. La etapa en la que jugaba con mi cerebro haciendo pruebas insensatas como sí pasaba un auto con las iniciales de su nombre en la patente eso significaba algo, algún designio, algún indicio, algún mensaje del universo, esa etapa debería haberse superado en terapia. Entonces me cruzo con médicos que ya no me duele ver, entonces ya no lo busco en lugares en donde sé que no va a estar, entonces ya no le mando mails. Ya no me despierto pensando en él, ni me desvelo imaginando qué será de sus huesos.
Este espacio me sirve para saber que no me pasa solo a mí, que a todas nos duele, y que sin embargo seguimos, porque hay algo más, o no, no lo sé. Existen grandes posibilidades de que me convierta en Luisa Kuliok y asuma el miedo a envejecer pensando en él. No lo sé. Y eso es lo bueno de no saber. Porque mañana mi barrio va a seguir igual, la vecina de la esquina va a seguir saliendo en bata a despedir con un beso a su esposo el ingeniero, la china del super va a seguir arrojándome los productos en la bolsa, la señora del kiosco va a seguir vendiéndome chocolates salvadores y ya no me va a preguntar por él. El muchacho que vende diarios me va a seguir pareciendo hermoso, los viejitos de la vuelta de casa van a seguir amándose hasta que la muerte los separe y después también. Los hippies que venden libros en la estación de Haedo van a seguir mostrándose ternura en casa beso, sin notar que hubo días donde los envidié, otros en que los odié, y que hoy los admiro, porque seguramente algo harán en el día a día para seguir juntos, besándose como si fuese la primera vez. Y pienso que tal vez de eso se trate, ya no sé si es amor solo amor lo que se necesita, estoy convencida que gran parte de construir algo juntos es esa capacidad de quedarse junto a la otra persona en las buenas y en las malas, asumiendo que la vida sin ese otro no es tan linda.

1 comentario:

  1. Victoria, estoy entrando a esa etapa. Es un alivio tan grande darse cuenta que nada se termina cuando ese amor que se fue sólo hacía daño !!! Hoy siento como vos que ya no lo necesito, pero también siento que ya tampoco lo quiero. Hoy, quizás lo que me hace daño son los recuerdos, el sentir que se terminó un sueño, un proyecto. Pero logré darme cuenta que ese sueño, ese proyecto ya no tiene nombre y apellido. De alguna manera empecé a despegar y empiezo a sentir que mi nuevo hogar es bello y alegre. Sin embargo, me doy cuenta que todavía hay cosas que superar, por ejemplo me cuesta muchísimo volver al barrio en el que vivíamos:no sólo por miedo a cruzármelo a él, tampoco quiero ver a la verdulera, al almacenero ni al diarero. No quiero ver nada que ponga en peligro todo el trabajo que estoy haciéndo para volver a ser feliz sin él.

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